*No tiene precio:
Me detengo en una foto de este diario: algunos niños, con la mano alzada, siguen las explicaciones de un profesor. Es una clase de filosofía para niños. Éstos, sobre todo a cierta edad, son preguntones, la realidad les intriga. Mientras más chicos, más parecen estar abiertos al asombro, y la curiosidad los agita. A medida que crecemos y nos hacemos adultos preguntamos menos o, quizá, guardamos las preguntas en nuestro interior, porque consideramos ya inútil preguntar. Así, en mi experiencia como estudiante en algún colegio, a medida que se sube de curso las preguntas van escaseando, y es preciso más bien interrogar, sacar con tirabuzón una opinión. ¿Por qué se producirá esta suerte de apagamiento? Puede ser -admitamos esa posibilidad- que, finalmente, sea el resultado de una educación exitosa y, por eso mismo, la ausencia creciente de preguntas quiere decir que se han encontrado las respuestas, que el niño ha logrado librarse de "las tinieblas del error y la ignorancia", pues en eso consiste, según el ideal ilustrado, educar. Pero puede ser también que, en un sistema escolar y una sociedad demasiado centrados en el valor de la eficacia, de la obtención de resultados, del cálculo mezquino y corto de miras, se vaya borrando el espíritu de la curiosidad, de la indagación y la contemplación.
La filosofía formula preguntas raras, extraordinarias, extravagantes, aquellas que el hombre -ni yo ni usted ni el filósofo mismo en su quehacer cotidiano- se plantea: ¿Qué es el bien? ¿Por qué es más bien el ser y no la nada? ¿Qué es el conocimiento y cuáles son sus límites? ¿Cuál es la relación entre el lenguaje y el mundo? El hombre, ¿consiste en algo? ¿Por qué algunos hombres podrían legítimamente mandar sobre otros? Así, el preguntar de la filosofía se ramifica y se extiende de una cuestión a otra, y vuelve sobre sí mismo una y otra vez. Alguien definió el cinismo como la incapacidad de distinguir entre el valor y el precio. Bueno, la filosofía (junto con la poesía, el buen humor, la amistad, la conversación, la música y el arte todo, entre otros) no tiene precio.
José Aliaga Fuentes.
Me detengo en una foto de este diario: algunos niños, con la mano alzada, siguen las explicaciones de un profesor. Es una clase de filosofía para niños. Éstos, sobre todo a cierta edad, son preguntones, la realidad les intriga. Mientras más chicos, más parecen estar abiertos al asombro, y la curiosidad los agita. A medida que crecemos y nos hacemos adultos preguntamos menos o, quizá, guardamos las preguntas en nuestro interior, porque consideramos ya inútil preguntar. Así, en mi experiencia como estudiante en algún colegio, a medida que se sube de curso las preguntas van escaseando, y es preciso más bien interrogar, sacar con tirabuzón una opinión. ¿Por qué se producirá esta suerte de apagamiento? Puede ser -admitamos esa posibilidad- que, finalmente, sea el resultado de una educación exitosa y, por eso mismo, la ausencia creciente de preguntas quiere decir que se han encontrado las respuestas, que el niño ha logrado librarse de "las tinieblas del error y la ignorancia", pues en eso consiste, según el ideal ilustrado, educar. Pero puede ser también que, en un sistema escolar y una sociedad demasiado centrados en el valor de la eficacia, de la obtención de resultados, del cálculo mezquino y corto de miras, se vaya borrando el espíritu de la curiosidad, de la indagación y la contemplación.
La filosofía formula preguntas raras, extraordinarias, extravagantes, aquellas que el hombre -ni yo ni usted ni el filósofo mismo en su quehacer cotidiano- se plantea: ¿Qué es el bien? ¿Por qué es más bien el ser y no la nada? ¿Qué es el conocimiento y cuáles son sus límites? ¿Cuál es la relación entre el lenguaje y el mundo? El hombre, ¿consiste en algo? ¿Por qué algunos hombres podrían legítimamente mandar sobre otros? Así, el preguntar de la filosofía se ramifica y se extiende de una cuestión a otra, y vuelve sobre sí mismo una y otra vez. Alguien definió el cinismo como la incapacidad de distinguir entre el valor y el precio. Bueno, la filosofía (junto con la poesía, el buen humor, la amistad, la conversación, la música y el arte todo, entre otros) no tiene precio.
José Aliaga Fuentes.
No hay comentarios:
Publicar un comentario